miércoles, 4 de abril de 2012

Veranos de infancia en Tarazona


Me ha inundando un olor de repente, un olor de tazas blancas con ribetes azules a las diez de la mañana, todavía en pijama, en la mesa redonda de madera de un salón siempre intermedio, ni grande ni pequeño, iluminado únicamente por la luz del sol bañada entre las nubes. Es un olor de leche caliente que odiaba. Miraba aquella taza como el comienzo de una gran batalla, y el contenido blanco impoluto parecía que crecía a cada mirada de desprecio, a cada gesto de repugnancia. Entonces entraban con una sonrisa por la puerta cubierta hoy todavía por un paño bordado blanco, ya preparados, ya vestidos, como esperando a que yo les diese permiso para salir de casa. Ella era el agua, él la montaña.

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