Empequeñecido como está el lugar que habito en mi interior
he vivido ahogando día tras día la memoria
con mis propias manos,
como un suicidio, como un asesinato
como la mayor muestra de desprecio hacia el espejo.
Constreñido como aparece el llanto a media noche
me van ahogando las lágrimas secas que me invaden
y no han parado de brotar
de no salir de mi boca sellada
hasta que me ha sorprendido el amanecer y la promesa
de ser tuya en cuanto el alba despuntara.
He corrido por días animales sin razón ni conciencia
devorando el amor propio con los dientes gastados,
devastada desazón que inunda el interior de mi centro más amargo.
Y ahora no hay dios,
en minúscula,
como una pequeña voluta,
dentro de una partícula indivisible
donde me encuentro jugándome la vida y juzgándome a mí misma.
Y el corazón se va cansando de andar siempre en espirales.
No comprendes la razón de nuestros actos.
Y cuando se esconda el sol escogeré la máscara de esta noche
del paragüero que tengo escondido a las puertas del alma,
y la luciré con elegancia insulsa, con esmero
como hace todo Dios cuando sale de sí mismo,
con mayúscula,
y a veces ni siquiera saliendo.
Nada es verdad ni nadie es sincero.
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